8 de noviembre de 2019

VIAJE A LA SIERRA DE LA ESTRELLA (PORTUGAL)


VIAJE A LA SIERRA DE LA ESTRELLA (PORTUGAL)
(30 de mayo al 2 de junio de 2019)

Tras el viaje a Covilha y Fundao, la Asociación “Adaegina” de Amigos del Museo de Cáceres se propuso conocer más a fondo esta interesante zona del centro-norte portugués, situada en la Beira Alta. Así, cuarenta y un socios hemos recorrido una buena parte de esta región montañosa descubriendo sus aldeas históricas bien orientados por un guía excepcional, José Levy Domingos, que nos adentró en su historia y en las juderías, vivas aún, y que nos ha proporcionado un mejor conocimiento de los antiguos sefardíes en sus andanzas portuguesas tras la expulsión de España en 1492. Las poblaciones visitadas nos sorprendieron gratamente y de ellas destacamos estos aspectos.


Belmonte es la cuna de Pedro Álvarez Cabral, descubridor de Brasil. Allí, los descubrimientos portugueses poseen un arcón para mantener vivas las gestas de un pasado ya nostálgico. Muestran al visitante la trascendencia de tales epopeyas. Su judería continúa viva y en la sinagoga, los nuevos judíos, de origen sefardí en su mayoría, reciben a los viajeros a quienes les ofrecen la kipa y su entrañable acogida. Un paseo por sus calles y plazas empedradas nos integró en un mundo ya lejano en el tiempo y desde el castillo, la sierra y la campiña feraz nos ofrecen sus adornos naturales como testigos de épocas heroicas y grabadas en la memoria de un ayer trascendental. Un museo transformado en velada estrella de David nos acerca a la espiritualidad y al recorrido judaico en Portugal. Un viaje al pasado expuesto en el presente.

Sortelha es silencio y recuerdos entre amplios murallones de piedra y un caserío abigarrado, deshabitado en apariencia, dedicado antes a la defensa, ahora al reposo, a la reflexión, a la exaltación del amor a través de un beso eterno de dos amantes inmolados al pie del torreón. Y el espíritu de la antigua fortaleza esculpido en el rostro austero y sereno de una anciana como exponente firme de un espacio que protagonizó momentos trascendentales en la historia del país.


En Linhares da Beira destacan dos torres frente a un valle extenso con la sierra dándole la espalda. Tras ellas, flores que surgen de la roca formando sus cuerpos adosados a la misma. Como en Monsanto, las casas de la vieja judería nacen de la piedra y mantienen con solidez el archivo incomparable de una aldea histórica. Desde las cumbres cercanas, acólitos de Ícaro se lanzan a la conquista del aire perfumado por los aromas que se elevan desde el valle, quizás con el fin de adentrarse en sus secretos bien guardados en el profundo corazón de los roquedos.

En Seia, el pan adquiere en la cumbre su hogar bien acondicionado. Un museo ejemplar y atractivo para el viajero, que destaca el trabajo secular para la obtención de un alimento transformado en arte popular y arraigado. Plazas entrañables, “largos” y calles en ascenso. La Sierra de la Estrella en su trasfondo guardando el cuerpo frágil de una ciudad que se gira hacia el valle cercano. Un tesoro de juguetes del mundo, a través del cual la historia de la diversión infantil queda reflejada de manera eficaz sobre los viajeros. Seia es hija de la montaña y como tal se desliza hacia el valle con prudencia y tino, acogiendo al visitante con la sobriedad y el respeto propios de un pueblo bien aferrado a sus costumbres y cultura, libres de complejos y mostrándoles las bondades de una pequeña ciudad serrana abierta al mundo.

Trancoso está rodeada de murallas y conserva intacta la antigua judería. Los símbolos de los cristianos nuevos, con el judaísmo camuflado en sus signos, y el aire sutil de su doctrina flotando en el ambiente de sus calles. Un pelorinho espectacular que recuerda la severidad de la justicia medieval. Y también el silencio intimista, siempre adscrito al misterio adosado a un pueblo incomprendido que busca asentarse en paz en los espacios donde se ha instalado a lo largo de su caminar tortuoso.

En Guarda aún espera el rey Sancho I la posible llegada de los castellanos para tomar la ciudad. Arriban de nuevo y él los contempla sereno y satisfecho. Ahora hay paz, convivencia sana entre los antiguos enemigos. Y lo hace a los pies de un soberbio receptáculo, una catedral de porte gótico con adornos románicos, renacentistas y manuelinos, como vigilante de las dos amplias juderías que la escoltan. Sin embargo, la Guarda de hoy, relajada de su antigua función defensiva, se desliza por las laderas contiguas abrazando el progreso, la industria y su profundo hermanamiento con el valle que a sus pies la adorna con su frondosidad serrana.

Almeida fue una ciudad diseñada para las guerras fronterizas entre España y Portugal. Una estrella de ocho puntas convertida en fortaleza en defensa de fronteras hoy borradas del paisaje por la firme evolución de los pueblos que lo habitan. Una muestra ante el viajero de las artes de la guerra en espacios renovados tras las eras turbulentas de batallas y reyertas de dramáticas influencias. Un compendio de la historia reflejada en armamentos, uniformes y recuerdos de aquellos conflictos bélicos que han ahormado la ciudad hoy reflejo de serenas actitudes de existencia.

En conclusión, una experiencia singular que nos ha llevado a conocer más a fondo un país muy cercano y con el que sin duda nos unen lazos entrañables y sólidos para un futuro cada vez más abierto a la cooperación y al mutuo desarrollo de dos pueblos hermanos y destinados a entenderse en armonía.


Vicente Rodríguez Lázaro

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