(Sábado, 6 de abril de 2024)
Un día un tanto gris y nuboso, con una temperatura
agradable, nos acogió a los treinta y dos socios que compusieron la expedición.
Hubo un añadido espectacular con el paisaje, que nos regaló un aspecto
exuberante y florido no contemplado desde hacía bastantes años. El amarillo de
las aulagas, el fuerte morado del cantueso, el más suave de las jaras blancas
y, sobre todo, el blanco casi níveo de la pringosa, daban un colorido y un
decorado lleno de belleza a las sierras cercanas a la Campiña Sur.
Se inició la visita en la Mina de la Jayona, explotada
por los romanos, en explotación en distintas fases y cerrada a partir de 1921.
La demanda de hierro la hizo muy rentable durante la I Guerra Mundial. Impacta
el trabajo que la Naturaleza ha realizado en sus galerías abandonadas por el
factor humano, cada vez más cubiertas de higueras, zarzas y helechos y ocupadas
por numerosas especies de aves y anfibios, también rapaces, como el búho.
Elegida “Monumento Natural” por su diversidad vegetal, animal y por hallarse en
su interior una falla vertical visible, un accidente geológico poco común.
Tras comer bien en el Mesón “La Fuente”, en la cercana Fuente del Arco, una comida casera de bastante calidad y lugar recomendado para otra ocasión, nos desplazamos a la monumental Llerena de gran relevancia durante la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco, llegando a tener siete conventos en el siglo XVI. Fue sede del tercer tribunal de la Inquisición de España y una gran actividad cultural en esa época. Conocimos los restos de su antigua muralla urbana del siglo XIII, la iglesia de Nuestra Señora de la Granada
con su magnífica torre barroca y su balconada con arcos del siglo XVIII. El convento de Santa Clara, que guarda como joya excepcional un San Jerónimo de Juan Martínez Montañés, además de los dulces de las monjas, el palacio de los Zapata, con su patio mudéjar, en una vista exterior. Una visión bastante completa de la riqueza artística de la que fue una de las poblaciones más importantes de Extremadura, múltiples sensaciones y nuevos conocimientos en este viaje agradable y bien sazonado con el esplendor del paisaje extremeño.
Texto de Vicente Rodriguez Lázaro (escritor y socio de Adaegina)
Completamos esta reseña con dos poemas de nuestro
socio Vicente Rodríguez Lázaro acerca de dos de los motivos de la visita
realizada.
INQUISICIÓN E HISTORIA
(Llerena)
En una campiña extensa
con su blanco caserío
Llerena expande su sábana
de blancas connotaciones.
Destaca sobre la llanura
la torre ocre y esbelta
con su barroca fachada,
rostro sublime y excelso
de la iglesia principal:
Nuestra Señora de la Granada,
la luz de la Plaza Mayor,
de Llerena su semblanza.
La Inquisición allí tuvo
un tribunal de importancia
para toda la región,
de la religión su espada,
de la represión su imagen,
aún la Historia la recuerda.
De las murallas antiguas
un buen lienzo se despliega.
De cuatro puertas que hubo
sólo la de Montemolín contempla
los perfiles del presente.
Conventos y monumentos
unos pocos se conservan,
la iglesia de Santiago,
el convento de Santa Clara,
el Hospital de San Juan de Dios
quedan como referencia
de un pasado deslumbrante
hoy hundido en el recuerdo
de históricas contingencias.
HIJA DE LA SIERRA
(Mina de la Jayona)
Los hombres cercenaron la tierra
buscando su riqueza oculta.
Trazaron galerías rectas y firmes.
Crearon parajes íntimos,
minimalistas y rojizos
Pequeños desfiladeros
y rincones dominados
por geodas de belleza primordial.
El hombre ha abandonado
sus búsquedas de antaño
y ha dejado en manos
de la Naturaleza
la continuidad de su tarea.
Y ella ha desplegado su arte
creando un paraíso minúsculo,
entrañable y hermoso.
Un reino vegetal personal,
singular y atractivo
hoy dispuesto y aquietado
para recibir al visitante.
Una muestra del poder
que la Madre Tierra expande
más allá de las acciones
efímeras y soberbias
de los seres humanos,
con la templanza de la armonía,
la seguridad del acto meditado,
la precisión de la fuerza telúrica
que dirige el mundo
desde su inicio.
La Jayona ha trascendido
a la paternidad del hombre
y, una vez abandonada,
se ha transformado
en la hija exuberante
de la sierra maternal.