TEXTOS VIAJEROS
LA RIOJA
(HISTORIA, ARTE, CULTURA, RÍOS, MONTES Y VIÑEDOS)
Por: Vicente Rodríguez Lázaro
(Escritor y socio de Adaegina)
UN PRIVILEGIO DE LA NATURALEZA
(LA RIOJA)
Un territorio con las estribaciones
de la Cordillera Cantábrica al norte, la Sierra de la Demanda al sur y sus
inmensos valles bañados por los ríos Ebro, Oja y sus diversos afluentes, entre
los que destaca el Najerilla, inmensas extensiones de viñedos perfectamente alineados,
con bodegas excepcionales en todas las poblaciones, destacando por su cantidad
e importancia las ubicadas en Haro, además de un sinfín de huertas con una
producción copiosa, un nivel de vida elevado en sus poblaciones, destacando en
ese sentido Logroño, que acoge algo más de la mitad de los trescientos mil
habitantes que conforman la región, con una mezcla de arte, historia,
modernidad bien trazada, bienestar, seguridad y riqueza junto a la citada Haro,
Calahorra, Alfaro, Arnedo, Cenicero, Nájera, Briones, Fuenmayor, Anguiano,
Santo Domingo de la Calzada, San Millán de la Cogolla, Torrecilla de Cameros,
monasterios como Suso, Yuso y Valvanera, junto a otros, sin olvidar que en el
primero surgió la lengua española, San Vicente de la Sonsierra, con los
“picaos” y una buena cantidad de pequeñas poblaciones integradas en unos
paisajes magníficos y que conforman quizás la Comunidad Autónoma más rica y con
mayor poder adquisitivo de España.
Los poemas y relatos que a
continuación se presentan intentan destacar estos aspectos esenciales,
adornados con personajes de ficción e historias donde se combinan el arte, los
sucesos históricos y la fantasía para sumergir al lector en esta maravilla de
la Naturaleza, cultural y social que es La Rioja, un gozo para los sentidos y
para la vida.
LA ARMONÍA DEL PRESENTE
(Logroño)
Junto al Ebro detiene sus pasos
el núcleo esencial de La Rioja.
Casco antiguo sencillo y remozado
con dos calles únicas en su inicio.
La rúa Vieja y la rúa Mayor.
De ellas nació su idiosincrasia.
Tras ellas cabalgó toda su historia.
Desde las torres de la Concatedral
con sus serenos vestidos barrocos
hasta el paseo del Espolón
dando oxígeno a sus habitantes,
Logroño da un vuelco formidable
a sus vías de modernas concepciones,
amplias, paralelas, comerciales, peatonales,
ofreciendo sensaciones de arterias futuristas.
Un paseo por sus calles transmite
la agradable experiencia de una ciudad pequeña
de inmensas proporciones virtuales.
Junto a sus viejos edificios centenarios
el recogimiento y la solemnidad
de templos como Santiago el Real
o palacios como el de los Chapiteles
expande un regusto entrañable
de un pasado sólido y esplendoroso.
Las avenidas nuevas rezuman
esa riqueza evidente de una urbe próspera.
Tiendas espaciosas y bien dotadas,
materiales lujosos en sus fachadas,
acogida agradable en sus rincones,
espacios fáciles de recorrer
con pasos cadenciosos y apacibles.
Hay una plaza de la que reniegan
los viejos logroñeses al visitarla
y lanzan sus protestas sonoras
sobre la escasa armonía de sus arcos.
Es el único borrón en una ciudad
donde las líneas se enfilan buscando
la belleza hasta remansarse
En sus antiguas callejas atesora
las mejores viandas,
los caldos gustosos que ofrece al viajero
con la prestancia de su experiencia
de tomar de la tierra sus ricos presentes
para transformarlos en los adornos
de una región privilegiada
por el deambular de dos ríos
y la protección de dos sierras
que de norte a sur la acompañan.
REVELACIONES
(Logroño)
Se había alojado en el hotel Condes
de Haro, muy cerca de la Gran Vía logroñesa, el auténtico corazón de la capital
riojana. Hacía diecisiete años que había ido por primera vez a visitarla y
ahora había decidido regresar para comprobar si las sensaciones positivas que
experimentó en ese momento permanecían en su ánimo o, por el contrario,
descubría en la actualidad que había sido una ilusión momentánea.
Descansó durante la noche de su
llegada. Recuperó las fuerzas gastadas después de seis horas al volante y, una
vez fresco, se lanzó bastante temprano a las calles para recorrer las vías,
plazas, avenidas y paseos de la urbe bañada por el Ebro. Dejó atrás la zona
moderna y se acercó al Arco del Revellín. A su entrada se le aproximó un hombre
con vestimenta antigua, probablemente del siglo XVII, y le ofreció un pequeño
recipiente de barro para que bebiera e instándole a hacerlo con presteza.
- ¡Bebed, bebed, noble viajero! Probad las
delicias de nuestra tierra y experimentaréis sus maravillas.
Raúl, que así se llamaba el
visitante cacereño, le sonrió y aceptó el regalo. Bebió hasta agotar la pequeña
vasija y saboreó el excelente caldo que contenía. Devolvió el botellín al
lugareño y este desapareció tras el arco dirigiéndose hacia la calle
Barriocepo, allí donde se exhibía a los condenados para el escarnio público en
cumplimiento de sus sentencias.
Se introdujo en el Revellín y ascendió
hasta la muralla. Ahí recibió la primera de las sorpresas que iba a
experimentar en aquella jornada. Desde su posición el paisaje se había
transformado. Los edificios y paseos habían desaparecido y en su lugar solo se
contemplaba una explanada hasta el río. Se veían acampadas las que parecían las
fuerzas enviadas por el rey francés Francisco I, al mando de André de Foix,
señor de Asparrot, para sitiar la ciudad en 1521, viéndose sorprendentemente
inmerso en la defensa frente al duro cerco. Fue testigo de la decisión y la
valentía de los defensores, cómo se multiplicaban ante el empuje insistente de
los franceses. Finalmente pudo comprobar cómo se retiraban ante la incapacidad
de penetrar en la urbe y con el regocijo de los logroñeses del momento. Algo debía
de contener el vino que le ofreciera aquel extraño personaje para percibir
aquella alucinación que le había llevado a viajar en el tiempo cinco siglos
atrás.
Salió de la antigua fortificación y
sin haberse recuperado de la experiencia inesperada del Revellín, bajó por la
citada calle Barriocepo. Ahora fue el Medievo quien se le presentó con toda
intensidad: mercaderes, vinateros, sentenciados sujetos a los cepos... Varias
mujeres de distintas edades se le acercaron y le hicieron una pregunta un tanto
extraña para él.
— ¿Crees que somos culpables?
— ¿Culpables de qué? ¿Quiénes sois?
— Preguntó a su vez algo consternado.
— Nos trajeron desde Zugarramurdi, en Navarra. Nos acusaron de brujería y nos quemaron en la hoguera. Éramos inocentes.
— Sé que uno de los inquisidores
declaró posteriormente el error cometido por el Tribunal de Logroño, el que os
juzgó. La Historia ha reconocido vuestra inocencia.
— Te agradecemos esta revelación.
Ello nos permitirá al fin abordar el tránsito con la serenidad que nos faltaba.
Te aseguramos que no fuimos adoradoras del diablo ni brujas. Algunas de
nosotras solo fuimos curanderas que hicimos mucho bien y nos lo pagaron con una
falsa acusación y con unas muertes crueles.
— Id con Dios. Él os recibirá y os
hará la justicia que realmente merecéis.
Las mujeres sonrieron y se esfumaron
de inmediato. Raúl continuó su camino y la calle recuperó la normalidad del
presente.
Al llegar al actual Museo de La Rioja apareció en sus puertas un personaje muy conocido en la ciudad, en el país y para la Historia, el general Baldomero Espartero, que luchó en las Guerras Carlistas, en Sudamérica, y que fue en dos ocasiones Presidente del Consejo de Ministros de España. Un gran militar y político que se vio al final exiliado y que acabó retirándose de la política. Esto último se veía reflejado en la expresión del ilustre general en su encuentro con Raúl.
— Mi general. Le he reconocido. Sé
que su presencia es una ilusión, como las anteriores, provocadas por ese
mejunje que me dio aquel individuo que me abordó a la entrada del Arco del
Revellín; pero no me importa. Estoy disfrutando con estas visiones.
— No son ilusiones — contestó el
general —. Antes había verdaderos alquimistas que alcanzaron un progreso
incluso inimaginable en estos tiempos tuyos. Mezclada con el vino que bebiste
había una fórmula que produce viajes interdimensionales que permiten no solo
viajar en el tiempo sino entrar y salir a través de portales de acceso a
diferentes dimensiones. Eso es lo que te está sucediendo, sin duda. En cuanto a
mí, querría expresarle a alguien del futuro mi decepción por el trato que
recibí después de mis servicios al país. Deseo denunciarlo ante alguien y tú
has sido el elegido.
— Y se lo agradezco, mi general;
pero creo que esto que afirmáis con veracidad y justo resentimiento ha sido
reconocido en los libros actuales dedicados a la investigación histórica.
— Me alegro y te lo agradezco. Sufrí
mucho en ese momento y han quedado secuelas en mi alma.
— Curad y serenad vuestro espíritu.
Marchad en paz. Sois un gran hombre para las generaciones posteriores.
Después de este último encuentro,
durante los sucesivos días de su estancia en Logroño, no volvieron a producirse
más situaciones fantásticas como estas y Raúl no solo reafirmó su sentir acerca
de la urbe riojana sino que regresó a Cáceres con la convicción de que la
propia localidad, merced al cariño manifestado por el visitante, le había
abierto de manera excepcional las puertas de algunos de sus enigmas más ocultos
en consideración con su actuación y talante con ella.
LA MURALLA DEL VINO
(Laguardia)
Erigida en un firme altozano
es Laguardia una seria fortaleza
esculpida en la piedra sobre el suelo
de una sólida y fornida meseta.
La dotó Sancho el Fuerte de Navarra
de murallas seguras y de almenas
para hacer más certera su defensa,
forjando sus casonas y palacios
con el aire medieval que aún conserva.
El turismo, las cepas, los recuerdos.
El empaque de sus recias iglesias.
Una bella portada va narrando
la vida de la Virgen con la técnica
aplicada a las soberbias figuras
con la luz señalando en el retablo
que conforma la historia de la puerta.
San Juan, Santa María de los Reyes,
dos templos de factura muy señera,
plazas, adarves, torres y callejas.
Cinco entradas al recinto murado.
Samaniego con sabias moralejas.
El vino gestado entre viñedos,
durmiendo y fermentando en las bodegas
vistiendo de prestigio y de progreso
a esta perla de La Rioja Alavesa.
LA LECCIÓN
DEL REY
(Laguardia)
A lo largo de su tránsito, algunas
almas ya desencarnadas recibían el don de retornar al lugar de su anterior
existencia para rememorar algunas de las visiones y vivencias adosadas aún a su
ser mundano.
A quien antes fuera el rey Sancho el
Fuerte de Navarra se le había permitido un breve regreso a la pequeña ciudad
cuyas murallas él mandó construir y esto se produjo el mismo día que la reina
Isabel II de Inglaterra fallecía, el jueves día ocho de septiembre de 2022.
A lo largo de su paseo por las
calles estrechas halló numerosos cambios y se cruzó con numerosos visitantes
vestidos de manera extraña para él. Comprobó la inimaginable evolución de las
casonas, antiguos palacios y las dos iglesias, sobre todo en Santa María de los
Reyes, en la que asistió al audiovisual de la portada policromada,
maravillándose de los adelantos, de los tiempos y de la narración que de la
vida de la Virgen se hacía ante los viajeros.
Quedó impresionado y muy orgulloso
de la evolución de su antigua ciudad fortaleza y asistió también al humilde
espectáculo de los danzarines del reloj que a las cinco de la tarde congregaba,
además de a otras horas, a un buen número de visitantes en la Plaza Mayor.
Se sentó un momento en una de las
terrazas para contemplar con más detenimiento el ambiente cosmopolita de una
villa entregada a la elaboración del vino y al turismo. En ese momento llegó un
guía joven con un grupo al que le explicaba las excelencias del lugar a un
grupo de ingleses y al llegar a la altura de otro de españoles, sin venir a
cuento, les espetó: “Si supieseis idiomas os habríais enterado de lo que les he
explicado a estos turistas”. Estos, perplejos, no reaccionaron ante la
insolencia sin sentido del guía que continuó con sus acompañantes a través de
las calles contiguas.
El rey se incorporó al grupo hasta
que el soberbio muchacho les concedió un tiempo de descanso y él quedó solo,
sentándose en un banco algo más apartado de ellos. El visitante del tiempo se
acercó a él, se sentó a su lado y le habló con firmeza.
— ¿Por qué has faltado al respeto a
esa gente?
— ¿Quién eres tú? Tampoco sabes
idiomas, según deduzco.
— Eres un ignorante que no entiende
nada. Por esa razón pasarás a ocupar el puesto que mereces y lo harás hasta mi
próxima visita — tocándole el hombro.
El guía desapareció de inmediato. El
grupo quedó a la espera de su reaparición. Sancho el Fuerte se aproximó a ellos
y les dijo que regresaran al punto de información turística para que les
adjudicaran un nuevo guía; pues el que les había acompañado se había tenido que
marchar con urgencia.
Al día siguiente, a las cinco de la
tarde, reaparecieron los tres danzantes del reloj. El muñeco del medio tenía un
extraño parecido al joven guía. Era el oficio que el fantasma del rey le había
adjudicado como penitencia a su falta del día anterior.
LA FUENTE Y LA PALABRA
(Suso y San Millán de la Cogolla)
Arriba en la sierra,
entre humildes piedras monacales,
nació la palabra como el gran río
que se inicia en una fuente
surgida de la profundidad del misterio
subterráneo y aferrado
al corazón ignorado de la tierra.
Descendió por las laderas
hasta el remanso de Berceo
y allí creció entre versos
y austeras cuadernas vías
para habitar el retiro imponente
de San Millán de la Cogolla.
Suso y Yuso,
nacimiento y desarrollo
de la lengua castellana.
De trazas visigóticas el de la montaña,
grandioso y solemne, el del valle.
El monje Gonzalo cantó sin tiempo
allí los Milagros de la Señora
y encendió la hoguera inextinguible
de la lengua que ha extendido
el sentir de España por el mundo.
UNA ENTREVISTA INSOSPECHADA
(Suso y Yuso)
En el monasterio de Suso (el de
arriba) existen tres estilos arquitectónicos correspondientes a tres diferentes
épocas de construcción: el mozárabe, el más cercano a la cueva original donde
habitó San Millán después de su aprendizaje con San Felices en Haro, el
visigodo y el románico.
Félix era un periodista y escritor
prolífico que había llegado a San Millán de la Cogolla y a Suso con la emoción
de quien era consciente de la importancia de aquel lugar y de la trascendencia
que para su oficio habían tenido San Millán, el primer eremita conocido, y
Gonzalo de Berceo, que con sus “Milagros de Nuestra Señora” había dado un salto
del latín a esa nueva lengua que ya comenzaba a usar el pueblo llano y se iba
separando poco a poco de la lengua de los romanos, desaparecidos ya como
imperio y como civilización dominante e influyente desde hacía tiempo.
Al finalizar el último turno de
visitas al monasterio, Félix se camufló hábilmente tras las tumbas de la cueva.
La guía cerró la puerta del recinto y el silencio de los siglos se adueñó del
mismo. Entonces, el visitante intruso salió de su escondite y, consciente de su
soledad, se sentó sobre una de las tumbas antropomorfas decidido a pasar la
noche en el interior de aquel recinto histórico intentando percibir las
sensaciones que creía que se iban a producir en las horas nocturnas.
Un hombre de edad muy avanzada,
barbudo, vestido con un hábito negro y apoyándose en un gran cayado, entró en
el eremitorio, se dirigió hacia el hombre, se colocó a su lado y le habló con
solemnidad y sencillez.
— Me alegro de poder tener un
acompañante que no teme a los fantasmas. He pasado durante muchos siglos un
verdadero aburrimiento y desolación al no poder hablar ni compartir mis ideas y
sentir, mi gran fe, con nadie tras mi marcha. Sé por tanto bienvenido a esta
humilde morada de contemplación y de reflexión.
— ¿Quién eres tú? ¿Acaso San Millán
de la Cogolla?
— Sí. En realidad me llamaba
Emiliano y viví como eremita aquí, cuando esto era poco más que una cueva.
Sobreviví con los recursos que la Naturaleza me proporcionó y ello me ayudó a
conocer a Dios más a fondo, siempre alejado de los hombres y de sus devaneos
mundanos.
— ¿Cómo pudiste soportar la soledad
y las privaciones durante tantos años en un lugar tan hermoso, eso sí; pero
inhóspito?
— Mi gran fe en Dios me ayudó a no
necesitar de la mayoría de las cosas que el resto de los hombres ven
imprescindibles. Construí una pequeña huerta y gran parte de mi tiempo lo
dediqué al rezo y a la meditación, al acercamiento progresivo al Padre, además
de ayudar a todo aquel que lo necesitaba, compartiendo lo que tenía y
orientando y aconsejando, siempre guiando hacia la doctrina de Cristo, a
quienes caminaban desorientados.
— Sabes que el pueblo cercano lleva
tu nombre. ¿Qué sientes ante esto?
— No viví creyendo o pensando en
ello; pero en mi situación actual me agrada, más que por mi recuerdo por el
hecho de que de alguna manera se relacione mi vida con Cristo y su mensaje y me
recuerden por esto.
Unos instantes después apareció un
nuevo clérigo, alguien que también se crio en el monasterio de Suso y al que se
debieron los primeros textos en una rudimentaria lengua castellana.
— Para mí es un honor y una alegría
poder encontrarme contigo, Millán, padre espiritual de nuestras tierras y
vidas.
El nuevo personaje se inclinó ante
él y después lo abrazó, siendo correspondido por el santo riojano.
Ambos se sentaron junto a Félix y
este se identificó como Gonzalo de Berceo.
— Gonzalo, “Los Milagros de Nuestra
Señora” supusieron el inicio de la lengua que, entre otros, tengo el placer de
practicar hablando y escribiendo. Te doy las gracias por ello.
— Intenté adaptar el latín a las
gentes, al pueblo que ya comenzaba a hablar en una lengua diferente entre ellos
y que poco a poco se iba alejando de sus inicios. Comencé con unas anotaciones
traductoras en los márgenes de un códice. Finalmente decidí escribir varias
obras en esta nueva lengua hasta llegar a la que has citado que, al parecer, ha
sido la más conocida y reconocida.
Tras unas horas de conversación, San
Millán y Gonzalo de Berceo se marcharon de la misma manera, antes llenaron de
revelaciones al visitante, cuyo oficio era fundamentalmente el de periodista y
que ante el singular suceso que acababa de experimentar decidió realizar un
reportaje acerca de ambos personajes y, para iniciarlo, se sirvió de la
cuaderna vía como instrumento de homenaje al clérigo y escritor berciano de
tanta trascendencia para el español. Y lo hizo de esta manera:
“Un día decidí quedarme bien oculto
pensando en la noche recibir el indulto
de tal atrevimiento lejano del insulto
escondido en la tumba, simulando mi bulto.
Quería pasar horas en silencio divino
transcurrido el rigor del calor vespertino.
Profunda reflexión, decisión con tino
que avivara con fuerza mi futuro camino.
Y fue ante mi sorpresa que una aparición
del alma de Millán causó consternación
en mi ser convencido frente a la bendición
de que el santo riojano tuviera tal reacción.
Y sus sabias palabras mi mente esclarecían,
de tal conversación ideas florecían.
Mi espíritu sintió todo lo que decían
las crónicas antiguas que al santo conducían.
Llegó después Gonzalo, en Berceo nacido.
Para forjar la lengua había sido escogido.
Reveló generoso ras su buen recorrido
que corrió ese riesgo con razón y sentido.
Y llegó la mañana, cuando ya se marcharon.
Sus profundos mensajes en mi alma sembraron.
Comencé esta crónica que ellos me inspiraron
para hacer homenaje a quienes la crearon”.
De esta manera inició la crónica,
después la continuaría en la redacción del periódico de Logroño en el que
trabajaba. Un reportaje sobre estos dos símbolos emblemáticos podría llegar a
interesar a los lectores si la construía con el debido acierto y precisión.
La guía abrió el monasterio para
iniciar las visitas, cada vez más numerosas. Su sorpresa fue monumental al ver
a Félix sentado en una de las tumbas de los antiguos eremitas. Al preguntarle
esta sobre el motivo de su estancia allí, este dijo que se ensimismó con la
cueva y al final se quedó encerrado sin que ambos repararan el uno en la salida
inmediata y la otra en su presencia. La muchacha le interrogó acerca de por qué
no avisó con el móvil a la Guardia Civil del puesto cercano para que lo
rescataran y él, antes de abandonar el lugar, le contestó que había sido una
noche muy divertida y que había gozado de muy buena compañía, ante la
estupefacción de la joven que observó enmudecida cómo desaparecía más allá de
la salida, entrando en su automóvil y tomando la carretera del pueblo cercano.
LOS CÍCLOPES VIGILANTES
(Mallos de Anguiano)
El camino hacia Valvanera
se estrecha en las montañas
que se alzan en busca del cielo
con sus cuchillos en pie
y cortando las nubes
en hilos rodeando
los cíclopes de piedra
que escoltan el paso
de los peregrinos hacia el monasterio.
Los Mallos inmensos
dividen a Anguiano
en tres barrios mellizos.
Solo los allí nacidos
acceden con sus zancos
hasta las calles ocultas
en las escarpadas laderas.
El río Najerilla abre las sendas
a los visitantes deseosos
de arribar hasta la mística
del cenobio recostado
en la sierra intrincada.
Divisar esos paisajes abruptos
despierta siempre la sensación
de pequeñez existencial
en quienes los contemplan.
Preparan las almas
ante la cercana presencia
de la Patrona que yace humilde
en un rincón de la ladera.
DE UN SANTO Y UN MILAGRO
(Santo Domingo de la Calzada)
De Valvanera a San Millán
Domingo toma a San Benito
como modelo de su existencia.
Hizo un camino de peregrinos,
una iglesia, una ciudad
que hoy le debe toda su historia.
Los mercaderes, los artesanos
dieron prestigio y un gran impulso
en el Medievo, durante siglos.
Santo Domingo construyó un puente
para cruzar el río Oja
en el Camino de Santiago
y la ciudad sigue creciendo
en importancia y solemnidad.
Una leyenda, historia intensa,
de un gran milagro
que hizo justicia
frente al despecho
de una mujer.
Una oración como recuerdo
de aquel suceso extraordinario
que hoy memoriza
todo viajero:
“Santo Domingo de la Calzada,
que cantó la gallina
después de asada”.
LA VOZ DE LAS TUMBAS
(Santo Domingo de la Calzada)
Una ciudad construida para los
peregrinos, un puente para facilitar su paso. Así nació esta villa a manos y
por acciones del fraile Domingo. Hoy, la catedral se muestra y abre al público
acompañada de una torre barroca monumental separada del edificio principal a
causa de las corrientes subterráneas que provocaron las caídas de otras dos
anteriores.
Juan, un día más, había guiado a un
grupo de turistas a lo largo y ancho del amplio templo y sus explicaciones,
como de costumbre, habían resultado excepcionales. Nadie radiografiaba las
catedrales como él. Sus afirmaciones no solo entraban en el terreno de lo
particular del monumento sino servían para cualquier otra iglesia de estas
características de cualquier localidad española.
Juan se acomodó un rato para
recuperar el fuelle en el coro central. Había finalizado su intervención con el
último turno del día, la catedral estaba ya cerrada. Entornó los párpados y se
relajó. Unos segundos después le llegó un olor pestilente. Era un hedor a
putrefacción que, conforme transcurrían los segundos, resultaba más
insoportable.
Se levantó alarmado y se dirigió
hacia el punto de donde procedían aquellos efluvios tan desagradables. Era a la
entrada, en el espacio donde se alineaban las antiguas tumbas, de cuyos
agujeros aparecían unas emanaciones etéreas que iban formando unas siluetas de
apariencia humana, erectas y quietas sobre las placas de piedra que conformaban
cada uno de los enterramientos. De la más próxima surgieron unas palabras.
— Juan. Ha llegado el momento de que
las ánimas de los seres que aquí reposamos nos presentemos ante ti para agradecerte
el hecho de que nos des a conocer ante los viajeros y peregrinos que visitan
este lugar.
— Es necesario. La gente tiene que
saber de vuestra existencia y presencia en la catedral a lo largo de varios
siglos. Fuisteis muchos quienes reposasteis bajo este suelo formando parte del
alma en este templo sagrado. Además, siempre aprovecho para dar las razones
higiénicas por las que se eliminaron los enterramientos no solo aquí sino en
todas las iglesias.
— Nuestras vidas y muertes
estuvieron siempre unidas a la catedral. Nuestras almas se hallan a la espera
del tránsito y de su destino eterno. Esta es la razón por la que continuamos
vagando por estos espacios santos. Nunca solemos manifestarnos; pero hoy
considerábamos que debíamos presentarnos ante ti y agradecer tu gesto.
— Seguiré contando vuestras
historias y la importancia de vuestros pasos y existencias para el
mantenimiento de este gran templo. Deseo que descanséis en paz y que vuestro
destino eterno esté al lado del Padre.
Las formas etéreas se deslizaron de
nuevo al interior de las tumbas. Al desaparecer, el olor desagradable y acre
fue sustituido por un perfume exquisito que se prolongó durante un tiempo y que
se extendió por toda la catedral. Juan se arrodilló frente al retablo de la
nave central y rezó con fervor durante unos minutos antes de marcharse.
Todos se extrañaron de verle
sonriendo por la calle. No era normalmente muy proclive a ello, lo que extrañó
sobremanera a los vecinos y conocidos con los que se cruzó.
Acababa de recibir el mejor regalo
que su dedicación a la catedral merecía y ello le hacía feliz al sentirse
reconocido por los hijos de la eternidad.
NOBLEZA Y VINO
(Haro)
La riqueza de la tierra
mimada por dos ríos
concentra sus dones
en las cercanías
de una villa antigua
de trazos señoriales
en su casco histórico.
Santo Tomás, recios palacios,
calles forjadas con galerías,
la torre gótica de los Salcedo,
aires romanos y medievales,
Renacimiento y lujos pasados.
Y el plateresco dejando huellas.
Amplias bodegas de gran prestigio,
caldos forjados con elegancia
que en todo el mundo
esculpen la fama
de sus viñedos privilegiados.
Haro recibe a los viajeros
con una fiesta donde abundante
el vino corre por las gargantas
de quienes se acercan a sus rincones
teñidos de rojo hasta la noche.
EL
REENCUENTRO
(Haro)
Hacía veintidós años que el padre de
Angustias había muerto en Haro, la capital riojana del vino, repleta de bodegas
de prestigio y de otras muchas familiares. Se respiraba la fiesta por todos los
poros cuando bajó del autobús. Formaba parte de una excursión organizada por
una asociación cultural cacereña que tenía su centro en Logroño y desde donde
se desplazaba cada día a una zona diferente dentro de La Rioja. Ya habían
visitado la propia capital, San Millán de la Cogolla, los monasterios de Suso y
Yuso, Nájera, Briones, San Vicente de la Sonsierra, una incursión en La Rioja
Alavesa en Laguardia, Santo Domingo de la Calzada y finalmente en Haro,
culminando aquí el periplo cultural por la privilegiada región.
La llegada a la ciudad coincidía con
la celebración de una de sus fiestas más importantes, la de su Patrona, Nuestra
Señora de la Vega. De hecho, al descender del vehículo junto al moderno
complejo deportivo y ascender hasta la calle de la Vega pudieron contemplar el
desfile de gigantes y cabezudos acompañado por numerosos habitantes de la
localidad.
Tras visitar la iglesia de Santo
Tomás, con su monumental torre barroca, una de las más artísticas e importantes
de toda la región, el palacio Paternina, admirar el plateresco, los restos del
antiguo castillo y las calles de aire medieval con sus casonas y blasones, el
grupo acabó en la Plaza Mayor, donde tuvieron un tiempo de descanso que ella
aprovechó para sentarse en un banco a la sombra, protegiéndose de los rigores
del día veraniego septembrino.
Atravesando la plaza de lado a lado,
y dirigiéndose hacia el banco donde ella se encontraba, en medio de las peñas que
daban colorido y música a aquel espacio emblemático, apareció una figura
sobradamente conocida por Angustias, un personaje que hacía veintidós años que
había desaparecido de su vida. Tenía cuarenta y siete años cuando murió su
padre de una forma inesperada en un lugar también inesperado. Ahora, cumplidos
ya los sesenta y nueve, se presentaba ante ella en el mismo lugar donde exhaló
su último aliento. A su edad y con su experiencia ya no le impresionaban ni los
espectros, menos si se presentaban en pleno día y en un espacio público. Y
menos aún si era su padre el aparecido. Se acomodó junto a ella y la miró con
ternura.
— ¿Qué tal estás, padre? ¿Cómo lo
llevas?
— Mejor de lo que pensaba en vida.
Tu madre y yo estamos juntos y ello me está ayudando a adaptarme al tránsito.
— Imagino que habrás dejado atrás
tus obsesiones sobre las enfermedades.
— Ese fue el primer aspecto que
superé y que me dio serenidad. En el momento que abandoné el cuerpo noté un
gran alivio y mi espíritu experimentó una sensación positiva indescriptible en
el mundo material.
— Padre. Desde que te marchaste
siempre me ha quedado una duda, la verdadera causa de tu muerte.
— Me encontraba especialmente mal y
débil, me puse más nervioso de lo habitual y tomé una dosis más fuerte de los
medicamentos de la aconsejada que me produjo un paro cardíaco irrecuperable;
pero en realidad fue un accidente, no hubo intención por mi parte de
suicidarme. Puedes estar tranquila sobre este aspecto.
— ¿Cómo está madre?
— Muy bien, muy serena, feliz, igual que yo.
Estamos en una situación que nos acerca a una existencia muy superior a la
terrenal, al borde de la verdadera vida, la eterna. Nuestra espera nos hace
vislumbrar la infinita dicha que nos aguarda. Puedes estar tranquila con
respecto a los que fuimos tus padres.
— Y lo seguiréis siendo para
siempre.
Angustias besó en la mejilla al
padre. Este se levantó, anduvo unos pasos y desapareció como si cruzara una
puerta interdimensional en medio de la plaza repleta de una muchedumbre
festiva.
Al regreso, en el autobús, la mujer
sonreía recordando aquello que le había revelado el padre desencarnado,
comprobando que el esfuerzo y la bondad de sus progenitores en vida estaban
dando un resultado muy positivo para su futuro, también una esperanza firme de
que el sufrimiento bien encajado en este mundo sumaba enteros para la posterior
salvación y felicidad eternas.
LA FORTALEZA RIOJANA
(Briones)
Sobre una meseta bien conformada
con el río Ebro junto a sus pies
Briones extiende su gran nobleza
con los blasones dando la cara
al visitante que la recorre.
Extensión amplia de sus viñedos
y bodegas con faz muy futurista,
murallas recias, nobles casonas,
calles estrechas y tortuosas
bien perfiladas con el paisaje.
Torre barroca de porte lujoso
que se alza soberbia
en plena villa.
Secular rastro para la Historia,
fiel señorío de La Rioja
abierto a los campos
donde las cepas dibujan las líneas
de un horizonte esplendoroso.
EL BOTICARIO DEL
TIEMPO
(Briones)
Briones posee un casco antiguo que
culmina en los restos del castillo y en la iglesia de Santa María. Lucrecia se
había desplazado desde Logroño hasta esta pequeña población repleta de casas
nobiliarias y blasones. Había escogido una jornada en la que se representaba en
las calles y rincones la historia de la ciudad. Abundaban las representaciones
callejeras. La gente de la localidad se disfrazaba en su mayoría con trajes
medievales y renacentistas muy cuidados, con simulaciones bien diseñadas que
trasladaban a la población y a los visitantes al pasado de manera espectacular
y atrayente.
La antigua farmacia de la ciudad,
que tanto interés había despertado en el turismo que había visitado últimamente
la villa, se había trasladado a la girola de la iglesia de Santa María,
conformando un excelente museo que ahora atraía incluso a más viajeros.
Lucrecia padecía fibromialgia, esa
enfermedad de dolor acerado e insistente que en los momentos más críticos
convertía en insoportable la vida debido al sufrimiento. Por fortuna, ese
verano parecía haberle concedido una tregua. El último ataque lo había sufrido
a finales de mayo y en ese momento, dos meses y medio después, no había tenido
molestia alguna, algo que le había permitido llevar un verano activo y viajero.
El día había transcurrido sosegado y
divertido. La mujer había recorrido todos los puntos de interés de los
diferentes recorridos. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un evento. Había
viajado sola, su hermana Patricia se había sentido indispuesta y se había
quedado en el hotel Condes de Haro, en Logroño. Algo le había sentado mal la
noche anterior, cuando recorrieron “la senda de los elefantes”. Se había pasado
un poco en los riojas y las tapas y lo acusaba al día siguiente. Antonia se
quedó recuperándose en la habitación del hotel. Sin embargo, Lucrecia tomó el
autobús y decidió ir a Briones a disfrutar del festejo que sabía que estaba en
su apogeo. Una intuición le decía que debería desplazarse hacia este lugar y
experimentar aquella jornada singular con ese salto en el tiempo que a ella,
muy aficionada a la Historia, le fascinaba de manera especial.
Santa María era sobre todo, en su
interior, de estilo gótico isabelino. Además de su excelente factura y de sus
retablos, el templo ofrecía una peculiaridad más, además del “museo de la
botica”, existía un amplio diorama representando los principales rincones y
monumentos del lugar, que servía de belén monumental durante el periodo
navideño cambiando algunas figuras por las propias del festejo.
Lucrecia dejó para el final de la
visita la entrada a la antigua farmacia. Se maravilló frente a los muebles, los
tarros y los espacios que recordaban cómo era el establecimiento en la
antigüedad. Al llegar al mostrador, situado en el lado contrario de la entrada,
un hombrecillo muy mayor, prácticamente un anciano y vestido con ropajes
medievales, le llamó la atención con una sonrisa amplia y reflejando
sinceridad.
— ¿Tienes alguna dolencia? — Le
dijo.
— Padezco de fibromialgia. ¿Tiene
usted algún remedio para ello? — Preguntó siguiendo lo que pensaba que era un
juego teatral.
— Si aguardas unos minutos te lo
prepararé en un momento.
— Le esperaré con mucho gusto.
El “farmacéutico” se retiró a su
pequeño laboratorio cercano y poco después reapareció con unos polvos en un
botecillo de cristal y se los entregó a la mujer.
— Una cucharadita diaria antes de
acostarte todos los días hasta que se acabe el contenido. No necesitarás más —.
Tras decir esto se retiró al laboratorio y no volvió a salir.
La primera toma la hizo esa misma
noche tras cenar en el hotel de Logroño. Desde esa misma jornada la mejoría fue
evidente, desapareciendo el mal después de consumir por completo la fórmula. En
principio, ella no tenía intención de tomar la supuesta medicina al creer que
el “falso boticario” era solo un actor improvisado que estaba representando tal
función. A pesar de ello, algo le decía que, en el peor de los casos, la
“medicina” no le haría daño, jamás pensó que la iba a curar por completo, como
así fue.
Lucrecia continuó visitando Briones
en esas fechas durante varios años más. Jamás volvió a aparecer el anciano
farmacéutico, tampoco la dolorosa enfermedad.
SURGIÓ DE UNA CUEVA
(Nájera)
Se produjo en la piedra,
en su seno bendito
por la Madre escondida.
Descubrió el rey navarro
la imagen de María,
un jarrón muy florido
junto a una campana
entre otros objetos
levantando el monarca
una ermita sencilla
forjada en las rocas
bien cercanas al río.
Y reposan los reyes
en pétreos sepulcros
junto con sus reinas
también enterradas.
Así adquirió Nájera
su antigua grandeza
de ciudad señera
con rango de dama,
capital del reino,
después postergado
al duro silencio
y al pérfido olvido
que tras el Medievo
reflejó la Historia.
Villa hoy riojana
suscrita a las cepas
que ocupan los campos
cercanos y henchidos
del alma de uvas
que estrujan su esencia
de vinos jugosos
que dan su riqueza
a los cosecheros,
a un mundo gozoso.
LA
VOZ REAL
(Nájera)
Nájera es una ciudad que tuvo una
importancia vital en la Edad Media sobre todo para el reino de Navarra. Desde
que García III hallara la imagen de la Virgen en el interior de la cueva, junto
al florero, la campana y otros objetos simbólicos, la trascendencia de la villa
no paró de crecer hasta convertirse en residencia de reyes y reinas, algo que
se refleja en el panteón real situado a ambos lados de la caverna emblemática.
Anselmo, profesor cacereño, viudo y
jubilado diez años atrás, recorría pensativo la nave central de la monumental
iglesia de Santa María. Acababa de cumplir setenta años. No conocía La Rioja y
había decidido emplear el mes de septiembre en recorrerla, aprovechando que sus
dos hijos acababan de instalarse en Logroño, culminando el viaje en las Ferias
de San Mateo de esta capital.
No sabía exactamente la razón; pero
desde que se había convertido en septuagenario le invadía de una manera
paulatina una inseguridad creciente. Era consciente de que el fin de su vida
estaba ya relativamente cercano por razones de edad y, a pesar de que su salud
era excelente y desarrollaba las actividades culturales y literarias que
siempre le habían motivado, empezaba a sentir miedo y un pesimismo
inexplicables en su situación de cierto privilegio. Temiendo caer en una
depresión decidió hacer este viaje con el objetivo de mejorar su estado y de
recuperar su natural dinamismo y brillantez. Las visitas a los monumentos
riojanos, a algunas bodegas y, sobre todo, las noches en “la senda de los
elefantes” parecían haber calmado algo la ansiedad que llevaba acosándole los
últimos meses.
Allí, en Santa María, comenzó a
experimentar una mejoría aún más acentuada. Algo había en ese lugar de
reflexión y recogimiento que estaba introduciéndose en su ánimo, en su mente,
en su alma incluso. Parecía proceder de las tumbas reales que escoltaban la
entrada de la gruta sagrada. Se acercó hasta ellas y las rodeó una a una. De
pronto se elevó una voz extraña, singular en su concepción. Parecía una voz que
recogía otras unidas, una mezcla muy sincronizada de voces masculinas y
femeninas que se dirigían a él en ese momento por alguna razón aún
inexplicable.
— ¿Qué te abruma, Adelmo? — Le decía
— ¿Acaso no tienes motivos sobrados para estar tranquilo?
— ¿Quién eres?
— Quiénes somos más bien, dirás.
Somos la voz de estos monarcas que aquí yacimos siglos atrás y cuyo halo se
extiende por este espacio donde García encontró la imagen bendita de Nuestra
señora y ello nos permite acceder aquí de vez en cuando si lo creemos
necesario, siempre para ayudar a algún hombre o mujer en situación difícil. Es
nuestra aportación para paliar los errores que cometimos en nuestras vidas y
durante nuestros reinados.
— ¿Sabéis acaso qué me está
sucediendo?
— Nada importante, te lo aseguramos.
Crees inconscientemente que por los años ya vividos tu camino está cerca de
llegar al final. En vez de pensar en ello ocúpate de valorar todo lo bueno que
has hecho y lo que con seguridad te queda por realizar. Cada instante vivido es
trascendental y tiene un valor incalculable. Dedícate a seguir llenando con esa
riqueza que expandes esos momentos irrepetibles. Nosotros, que ya completamos
nuestro periplo, te lo aconsejamos.
La voz múltiple calló y Adelmo
experimentó una serenidad que hacía meses no disfrutaba. Dio las gracias a los
reyes y reinas cuyo recuerdo se conservaba en las figuras talladas en aquellos
panteones seculares.
Salió y visitó después el Museo Arqueológico
Municipal Najerillense. Al llegar a la altura de un ventanal abierto hacia la
calle, por donde la antigua farmacia allí situada antes despachaba las
medicinas a los clientes, una señora, desde el exterior, le dijo: “¿Han
reabierto la farmacia?” Él le contestó: “Señora, la farmacia siempre estará
abierta para usted”. Y le dio un paquete de caramelos mentolados que guardaba
en sus bolsillos. La mujer lo cogió, sonrió, le dio las gracias y se marchó.
Adelmo regresó al atardecer a
Logroño ya recuperado por completo. Le aguardaban sus hijos, con los que
disfrutaría de unas Fiestas de San Mateo inigualables antes de regresar a
Cáceres y continuar su existencia con una perspectiva diferente, más optimista
y enriquecedora, tal como los antiguos reyes navarros le habían transmitido.
LA SANGRE DE LOS “PICAOS”
(San Vicente de la Sonsierra)
Llega la Semana Santa
y se escuchan los azotes.
Recorren los “picaos” las calles
flagelando sus espaldas
tras promesa que se imponen.
Brota después la sangre
de morados verdugones
como pago necesario
al compromiso y a los dones
que la sagrada experiencia
concede a quienes la tomen.
Algún tiempo de Navarra,
enfrentada a Briones.
Hoy ambas riojanas
compartiendo sus favores.
Tan cercanas en paisaje,
Enfrentadas por historia,
disfrutando hoy sus primores.
Junto a la Plaza Mayor
predominan las casonas
con semblanzas y blasones.
Santa María la Mayor
a resguardo del castillo
elevado en altozano
dominando ahora viñedos
y los campos riojanos
en inmensas extensiones
con las montañas al fondo
enmarcando con sus muros
su riqueza e ilusiones.
LA
APARICIÓN
(San Vicente
de la Sonsierra)
Juliana padecía del corazón. A pesar
de ello se empeñó en hacer la subida hasta el castillo y la iglesia de Santa
María la Mayor. Algo le decía que durante la Semana Santa podría suceder algo excepcional
si acompañaba a los “picaos” durante su recorrido hasta la empinada atalaya. Su
hermana Ofelia había intentado convencerla para que no completara la ascensión
que seguían los penitentes recorriendo las calles del pueblo; pero no pudo
convencerla y así, el Jueves Santo, de manera excepcional, formaba parte de la
comitiva que se azotaba las espaldas con los látigos de lanas. Se encomendó a
Santa María de la Piscina, llamada así en honor a la santa piscina de
Jerusalén, e inició el paseo con el resto de los “picaos”. En los primeros
momentos soportó bien el castigo de la autoflagelación; pero sus fuerzas se
fueron debilitando hasta derrumbarse definitivamente justo a la puerta de la
iglesia, allí donde finalizaba la procesión. Algunos de los penitentes la
introdujeron en el interior, la colocaron justamente debajo de la bóveda
estrellada, de cuyo centro bajó una luz que acabó tomando forma de mujer. Los
“picaos” se arrodillaron cuando la aparición se aproximó al cuerpo de Juliana.
Con gestos les pidió que la colocaran boca abajo sobre el altar. Con una gran
delicadeza realizó sobre su espalda la acción del “picao”. Al finalizar la
minuciosa tarea limpió la sangre de la espalda, se acercó al oído de la mujer,
todavía inconsciente, y le dijo: “Cuando me marche podrás despertar. Ya estás
curada de tu dolencia”. Después dio media vuelta, se transformó de nuevo en
luz, ascendió hasta el mismo punto central de la bóveda y desapareció.
Los “picaos” se levantaron
maravillados por la escena y se acercaron a Juliana. Esta despertó y se
incorporó. Uno de los penitentes le comunicó que la Virgen de la Piscina se les
había aparecido y que Ella en persona le había “picao” la espalda sin dejar
señal alguna en la misma. Hacía tiempo que no podía correr; pero en esta ocasión
bajó la pendiente como si fuera una auténtica corredora de fondo, notando una
fuerza que hacía muchos años no experimentaba. Llegó a la Plaza Mayor. Junto a
la fuente central se encontraba Ofelia que, sorprendida, pudo comprobar la
carrera alocada de su hermana. Al llegar hasta ella la abrazó y le dijo: “¡Me
ha curado, hermana, la Virgen de la Piscina me ha sanado!” ¡”Ella misma me lo
ha dicho!” Ofelia mantuvo el abrazo y solo creyó a su hermana cuando, ya en
Cáceres, las revisiones que le hicieron demostraron que la cardiopatía había
desaparecido por completo y su corazón mostraba un vigor superior al que poseía
antes del padecimiento.
Desde aquel suceso milagroso, ambas
hermanas viajan a San Vicente de la Sonsierra cada Semana Santa para seguir con
fervor el desfile de los “picaos” y veneran con amplio sentimiento a la Virgen
de la Piscina, aquella que descendió desde la bóveda de Santa María la Mayor
para curar a Juliana, cuya fe en Ella la salvó.