Veintiocho socios de Adaegina realizamos el viaje
cultural programado a la provincia de Jaén con el fin de adentrarnos en su arte
e historia. Al recorrer sus tierras tuvimos la sensación de navegar en un
inmenso mar verde y ondulado. El contraste entre la blancura de sus pueblos y el
fuerte verdor de los olivos nos envolvió hasta llegar a Jaén, donde nos
alojamos durante las cinco jornadas de duración de la experiencia.
El primer día disfrutamos del “oppidum” del cerro de
la Plaza de Armas de Puente Tablas, en las cercanías de la ciudad. Una antigua
población íbera donde se han sacado a la luz los restos de un templo solar, una
magnífica muralla, el palacio del régulo o príncipe mandatario junto a algunas
viviendas, un fragmento de una calle y las cuatro cuevas del oráculo. La
importancia de este yacimiento es esencial por la pureza del enclave como
muestra de la cultura íbera, algo que se reforzó en la posterior visita al
Museo Íbero, donde se muestra una excelente colección sacada en su mayor parte
de este emplazamiento en la que destacan las
bellas cráteras griegas. Durante
la tarde disfrutamos de los baños árabes de arte almorávide y almohade
perfectamente conservados, junto al Museo Arqueológico y de Pintura, a falta de
las secciones íbera y romana, además de un agradable paseo por el pintoresco
barrio de la Magdalena, situado en la zona alta de una población donde las
empinadas y prolongadas cuestas son su principal seña de identidad. Se trata
del barrio más antiguo y popular que nació junto a la fuente que dio origen a
Jaén. El Convento de Santo Domingo, la iglesia de la Magdalena y el monumento
que rememora la Leyenda del Lagarto, muerto al final por alguien muy astuto
sirviéndose de un cadáver de un cordero relleno de pólvora, completaron el
programa.
El segundo día transcurrió durante la mañana entre el
imponente castillo de Santa Catalina, esencialmente árabe, una antigua alcazaba
de origen califal, reforzada por los cristianos tras la reconquista llevada a
cabo por Fernando III el Santo. Junto a él se construyó el Parador Nacional en
los años sesenta. Desde sus almenas disfrutamos de una panorámica excelente y
completa de la capital del Santo Reino. Posteriormente descendimos para admirar
la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, un monumento renacentista con
elementos barrocos en la portada y en la fachada. Si impresionante resulta su
cuerpo exterior, el interior es la sublimación del estilo renacentista, en el
que el genial Andrés de Vandelvira dotó de monumentalidad, belleza y armonía un
espacio que transmite serenidad y una sensación de elevación espiritual con los
tintes personales de un arquitecto y maestro singular al que se dedica una
cátedra de investigación en la Universidad de Jaén con todo merecimiento.
A lo largo de la tarde nos desplazamos a Alcalá la
Real, al suroeste de la provincia y cercana a Granada. La antigua Qal´at
Astalir posee un complejo militar, la fortaleza de la Mota, un primitivo templo
gótico en su interior, la Iglesia Mayor Abacial, en cuya nave se nos proyectó
un montaje audiovisual interesante sobre la historia de la ciudad, cuna del
gran imaginero Juan Martínez Montañés y de su maestro Pablo de Rojas, ambos con
estatuas de homenaje en las dos plazas más importantes.
El tercer día de visitas nos trasladó a Linares, donde
recorrimos las ruinas de la ciudad romana de Cástulo, excavada aún en un 3% de
su extensión, y en las que nos impresionó su mosaico íntegramente conservado.
Posteriormente nos trasladamos al casco urbano linarense donde visitamos su
Museo en el que destacaban los restos provenientes de la citada urbe romana,
incluso tuvimos la oportunidad de asistir a la representación de un ritual
romano dedicado a la diosa Isis en la Plaza del Llano. Tras la comida nos
desplazamos hasta Cazorla. En ella admiramos el retablo que ofrecía la
escarpada sierra. El guía, biólogo de profesión, nos informó con detalle sobre
las características del impresionante entorno natural donde se haya enclavado
el pueblo. Dominado por el castillo de la Yedra, cerca y debajo, destacan las
ruinas renacentistas de Santa María de Gracia, del siglo XVI, en cuya
construcción pudo participar Andrés de Vandelvira o algún arquitecto de su
taller. Existen al parecer dudas de que fuera concluida en algún momento,
aunque hay investigadores que afirman lo contrario y que fue arrasado por una
riada procedente de la montaña, que la dejó en el estado que ahora muestra.
Descendimos hasta el río Cerezuelo y recorrimos la imponente bóveda subterránea
construida para canalizarlo y poder edificar sobre él. Allí nos aguardaba la Tragantía,
legendario monstruo de la mitología local que supuestamente habita en aquel
espacio sombrío. Se cree que esta singular construcción fue finalizada en 1536.
La última jornada nos ofreció una sorpresa muy
agradable con la estancia en Baños de la Encina, llamado así por la abundancia
de fuentes y agua que se hallan en sus alrededores. En la ermita de la Virgen
de la Encina se encuentra uno de los camarines más bellos del país y en su
centro se cobija la imagen del Cristo del Llano o Cristo de la Luz. En la
iglesia de San Mateo se puede admirar un cuadro atribuido a Murillo y la
Patrona, la Virgen de la Encina. Finalizamos las visitas y la parte cultural
del magnífico viaje que hemos disfrutado en el castillo de Burgalimar, una
imponente fortaleza de quince torres, en la que estuvo también Miramamolín, el
califa derrotado en la Batalla de las Navas de Tolosa, una de las edificaciones
almohades mejor conservadas de España, reforzada posteriormente tras la
reconquista cristiana.
Es importante destacar también el papel de los
magníficos guías que nos han acompañado e instruido durante estas jornadas en
las que hay que señalar no sólo la diversidad y calidad de los contenidos
artísticos, culturales e históricos obtenidos sino también la armonía que ha
existido en la convivencia y seriedad de los socios que hemos desarrollado una
nueva experiencia enriquecedora y que con seguridad repetiremos en otros
enclaves en el futuro.
Texto de Vicente Rodríguez Lázaro (socio de ADAEGINA)
RESEÑA LITERARIA DEL VIAJE A JAÉN
Por Vicente Rodríguez Lázaro
MAREA VERDE
(Paisajes jiennenses)
Un mar verde y ocre
extiende su oleaje
a lo largo de las tierras
que se pierden en la línea
de un inmenso horizonte.
Linares se eleva orgullosa
dando entrada a la marea
que invade las olas
de suave curvatura
sobre las que navegan
innumerables viajeros
con la oliva como carga.
Todos se inclinan
y adoran perennes
a la Sierra de Segura
que contempla satisfecha
la concentración alineada
de los súbditos seculares.
El olivo y Jaén
conviven en armonía
y sus frutos se transforman
en áureos dones
tras el otoño
para revestir de riqueza
a las antiguas poblaciones
repletas de historias
y leyendas arraigadas
de sus piedras ancestrales.
LA CIUDAD DEL SANTO REINO
(Jaén)
Fernando III el Santo
hizo colocar la cruz
tras la toma esforzada
del alcázar jiennense.
Desde la alta meseta
que el castillo abraza fiero,
hoy silencioso y sereno,
se despliega la ciudad
descendiendo la montaña.
Sus callejas y plazuelas
con sus cuestas esforzadas
que mantienen el perfil
del pasado agareno.
Fuentes que corren discretas,
ahora ocultas a los ojos
del sentir del visitante,
con la muralla bajando
hacia el casco de la villa.
La imponente Catedral,
joya de Vandelvira
con el monumental coro
ocupando su interior
y la espléndida fachada
de un barroco suntuoso.
Y el Abuelo en su oratorio
con el Cireneo ayudando
en su traslado cruento
por la senda hacia el Calvario.
Y la urbe más moderna
extendida por el llano
a las puertas del océano,
cuyo oleaje de olivos
se precipita hacia el valle
con las sierras ejerciendo
de extenso acantilado
para frenarlo a sus pies
y obligarlo a conservar
el regalo tan dorado
del aceite de la vida
que a Jaén da el galardón
de ser su depositario.
Y el rostro de Jesús
dibujado en el sudario,
el paño de la Verónica,
en el templo conservado
siendo Jaén su destino
y a resguardo en su retablo
dando al valle bendición
y a la ciudad su remanso
transformada en capital
del Santo Reino Cristiano.
LA FORTALEZA DORMIDA
(Alcalá la Real)
Dos grandes imagineros la honraron
cuando ya su fortaleza declinara.
Los árabes la hicieron prominente.
Los cristianos aún la reforzaron
sembrando al abrigo de sus torres
una recia abadía bien forjada.
Una historia de amor ante una fuente
que un padre cegado malograra
dio lugar a que la muerte extendiera
su manto tenebroso junto al agua.
Una mora y un cristiano allí bebieron
la pasión de un amor fuera del cuadro
que la guerra imponía con crueldad.
Con su espada el mal padre arrebató
la existencia a una hija enamorada
y el amante, frustrado por la pérdida,
vengó sobre él la marcha de su amada.
Los franceses dieron fin a las vivencias
de la villa en cumbre fortificada.
Tras su abandono floreció en la llanura
extendida a los pies de las murallas
expandiendo su blanco caserío
entre lomas y olivos alineados
que se enfilan hasta un amplio horizonte
dibujado con las cumbres y la nieve
de Granada y sus montes más cercanos.
Qal´at Astalir, Qal´at Yahsub, Al Qal´a
y Alcalá la Real al fin nombrada,
floreciendo en la cumbre de la Mota
y empujada por la acción del olivar
para forjar apariencia deslumbrante
a los pies de la sólida atalaya
portadora de su duro nacimiento
que en silencio y solitario ahora contempla
el talle bullicioso que la abraza.
MINA, ARTE Y ALBERO
(Linares)
La efigie de un torero
de estirpe legendaria
encabeza la antesala
del coso donde hallara
la muerte por una cornada.
Islero tenía por nombre
el macho fuerte y bravío
que allí mismo lo matara
desgarrando con su cuerna
un rincón de sus entrañas.
Linares fue minería.
Con el ritmo de tarantas
es capital del flamenco
y de ella sus cantaores,
que Carmen Linares comanda,
recorren de norte a sur
todos los puntos de España.
La ciudad es navegante
del océano de esperanza
que extiende el olivar
hasta las sierras cercanas,
donde Palomo Linares
aprendiera a usar la capa
que tantas tardes de gloria
le dio sobre el recio albero
de las renombradas plazas.
Y el mítico Raphael
que tras décadas de andanzas
extiende por todo el mundo
la belleza de su arte,
la armonía de su voz
y el orgullo de una raza
nacida con la firmeza
de las minas ya cerradas
y con la tenacidad
de bandera desplegada.
El paseo de Linarejos,
su corazón y su alma.
La guitarra de Segovia,
la melodía que la aplaca
y el aroma del aceite
es la esencia que reparte
a quien quiere visitarla.
LA VILLA DE LA YEDRA
(Cazorla)
Nace de la sierra
casa a casa,
calle a calle,
plaza a plaza.
El ingenio de Vandelvira
esconde el río
y lo transforma en receptáculo,
en el corazón urbano
abrazado a los cantiles
que protegen el perfil
de la población serrana.
Un pasadizo oculto
con una leyenda flotando
de una mora transformada
en quimera y amenaza
hacia el varón solitario
que cruce los subterráneos
cuyo secreto resguarda
de las miradas furtivas
de quienes ignoran su drama.
El castillo en una peña,
en un risco dominando
el caserío que resbala
por el desfiladero imponente
culminando en la marea
de los olivares que avanzan
a lo largo del gran valle
bañado por el Guadalquivir
cuyo origen es el corazón
tierno, bravío y libre
de la inhóspita montaña.
LA QUIMERA
(La Tragantía de Cazorla)
El castillo en plena cumbre
a la entrada de la sierra
con Cazorla a sus pies
y las lomas junto al río
a resguardo de su impronta.
El caíd ve temeroso
el avance de las tropas
que los reinos castellanos
ya despliegan sin demora.
La belleza de su hija
ve en peligro y la oculta
en los fríos subterráneos
y allá marcha con sus tropas
a presentarle batalla
al enemigo que aguarda
en la cercanía frondosa,
a la entrada de las sierras,
a las puertas de Cazorla.
Es cruenta la disputa,
corre la sangre y aflora
de los cuerpos de soldados
que a la muerte se abandonan.
Castellanos y leoneses
la altiva
muralla toman
sin saber que en sus cimientos
oculta se halla la mora;
pues su padre ha fallecido
dejándola allí muy sola.
Los víveres se terminan
y de insectos se alimenta.
Se olvida la parca de ella
y en quimera se transforma.
Mitad sierpe es su apariencia
y la otra mitad es moza
con un aspecto terrible
que a los viajeros invoca
a alejarse del paraje
donde habita y los acosa.
Tragantía de Cazorla,
así la llaman ahora.
La que fue mujer hermosa
por razón de un mal destino
en leyenda de tragedia
es recordada sin honra.
Por las sierras escarpadas
sus lamentos enarbola
la que fuera joven bella.
El horror y la violencia
da por pago a quien invade
su guarida de leona
sabiendo que su existencia
está condenada a las sombras.
TRES REGALOS
(Baños de la Encina)
Quince torres arman la fortaleza.
Almohades y cristianos la refuerzan.
Atalaya sobre el río, fortificada,
contemplando el transcurso de los siglos.
Un castillo que jamás fue asediado
con las Navas de Tolosa muy cercanas
y el recuerdo de la histórica batalla
aún flotando en el aire del paisaje.
Camarín de belleza inenarrable
acoge al Cristo surgido del llano
con la luz que irradia hacia el pueblo
con la Virgen de la Encina acompañándolo.
Muchas fuentes y agua en abundancia
dan su nombre a este enclave jiennense.
La ermita, la iglesia y el fortín
forman trío y en sus calles son regalos
sorprendiendo al viajero y visitante
por las joyas que atesoran sus regazos.
Así Baños acoge a los foráneos
con el Cielo dibujado en la ermita,
su Cristo luminoso que da fuerzas
al alma del creyente avezado,
la Virgen que aparece en la encina
y el recio farallón fortificado.