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Imágenes: José Vidal Lucía
Uno de nuestros objetivos: "el conocimiento y difusión del patrimonio histórico y cultural".
VIAJE A TERUEL Y CUENCA
(26 al 30 de mayo de 2016)
Llegó por fin la actividad más deseada del curso. La visita a ambas ciudades era muy esperada por ser desconocidas por una buena parte de los socios que decidimos realizarla en un número de cuarenta y dos.
En Teruel nos encontramos una ciudad coqueta, acogedora y bella, dividida en dos partes unidas por sendos viaductos y cuya faz rojiza destacaba a nuestra llegada al atardecer. Las terrazas de la plaza de San Juan. La calle Ramón y Cajal, el Óvalo y la plaza de Carlos Castel, con el Torico en su centro, grande en importancia y pequeño en tamaño, tal como lo vio el rey Alfonso II de Aragón desde lejos cuando el astado le señaló el punto central desde donde se formaría la futura ciudad, nos acogieron en unas tardes y noches primaverales y templadas. El mudéjar reluciente, esbelto y lleno del rubor de los ladrillos arcillosos de las torres de San Martín, El Salvador, la Catedral, San Pedro, con el Mausoleo de los Amantes Diego e Isabel, y otras menores; pero no menos importantes, se nos presentó con la belleza y la trascendencia que intuíamos. Posteriormente, en Rubielos de Mora nos ilustramos acerca de la arquitectura palaciega rural del Bajo Aragón, destacando las excelentes rehabilitaciones observadas.
Antes de desplazarnos a Cuenca recorrimos las vías recoletas y serranas de Albarracín, bellísima ciudad medieval perfectamente mimetizada con la sierra del mismo nombre, erigida en forma de pie ocre sobre un promontorio y en medio de un valle rodeado de cumbres empinadas. El camino hacia la capital castellano-manchega nos llevó a recorrer la citada sierra, dejando a un lado el río Guadalaviar, el nacimiento del Tajo y, ya en la serranía de Cuenca, efectuar una parada para disfrutar de las numerosas cascadas del nacimiento del río Cuervo y de las antiguas minas de hierro romanas, en la única tarde en la que la lluvia hizo aparición, aunque de manera breve y leve. Las espectaculares hoces de Beteta nos dieron la sensación de atravesar una gran ciudad natural con sus rascacielos pétreos revestidos de extensos pinares.
Cuenca la descendimos a pie en la jornada siguiente, tras realizar un recorrido panorámico por la espectacular hoz del Júcar, donde los huertos y los hocinos adornan la natural frondosidad del barranco. La iglesia de San Pedro, destruida y reconstruida en varias ocasiones, el antiguo palacio de la Inquisición, la sorprendente y magnífica catedral de estilo gótico normando, el palacio y museo episcopal, las casas colgadas, con su Museo de Arte Abstracto Español, los rascacielos coloreados, el constante velatorio al Santísimo de las “monjas blancas” cerca de los arcos del Ayuntamiento y la mansedumbre recoleta del casco moderno junto al Huécar y al Júcar conforman algunos de los múltiples escenarios que adornan la villa conquense.
La última etapa de este enriquecedor viaje nos llevó al Escorial Manchego, el monasterio de Uclés, sólida mole de estilo herreriano que fue la sede capital de la afamada orden de Santiago. Mientras degustábamos el almuerzo en el refectorio, desde el techo, los Maestres de la Orden nos observaban complacidos viéndonos como sucesores pacíficos de sus andanzas y devaneos de reconquista.
La armonía y el buen comportamiento del grupo en general volvió a ser un añadido que contribuyó a un placer mayor en el viaje.
Para finalizar añado dos poemas elaborados durante estos días y referentes a dos de las legendarias historias de amor adheridas a los recuerdos de Teruel y Cuenca, como un homenaje a estas ciudades entrañables que tan bien nos han acogido en unas jornadas insuperables.
Vicente Rodríguez Lázaro